miércoles, 26 de febrero de 2014

El penal de Valdenoceda funcionó entre los años 1938 y 1945

El penal de Valdenoceda en Las Merindades albergó durante siete años (1938-1945) a más de tres mil presos republicanos que malvivieron y algunos murieron en condiciones infrahumanas en una antigua fábrica de sedas: en palabras de alguno de ellos una de las cárceles más cruentas de toda España. Sobre este Penal la Agrupación de Familiares de Presos Republicanos de Valdenoceda, la cual poco a poco ha ido identificado y devolviendo a sus familias los restos de algunos presos, al final de la entrada añadimos el listado de los 92 presos que quedan por identificar.
La localidad norteña de Valdenoceda (Merindad de Valdivielso)  está situada a 6 km. de Villarcayo, y a 65 de la capital , aquí se sitúa el último campo de la provincia de Burgos en incorporarse a la extensa red penitenciaria en Burgos: la Prisión Central de Valdenoceda,  que ya estaba en funcionamiento en mayo de 1938,  según se desprende de una solicitud que el General Jefe de la 6ª Región Militar eleva al Mando pidiendo que le envíen a Valdenoceda una compañía del Batallón de Orden Público nº 412 para custodiar 1.100 reclusos que habían de ser enviados a un establecimiento penal de dicho pueblo.
El penal de Valdenoceda funcionó  entre los años 1938 y 1945, etapa de la posguerra con una represión generalizada, Valdenoceda forma parte primer sistema represivo y penitenciario franquista, cuyas principales características son: su carácter masivo, la improvisación en el acondicionamiento de las instalaciones y la elevada mortalidad de la población reclusa, como todas las prisiones franquistas estuvo encaminada al genocidio de parte del País.
EL EDIFICIO
De la primera mitad del siglo XIX, debido al interés por establecer a orillas del Ebro fábricas de harinas y otros artefactos de agua. En su monografía sobre la ruta de la lana,López Sobrado et al. (2006) citan que ya en 1855 Madoz hacía referencia a la fábrica. Por otra parte, en el segundo libro Burgos en el recuerdo, Elías Rubio (1992) recoge que en 1894 el edificio seguía funcionando como fábrica de harinas. A finales del siglo XIX la familia de  Alday Maliaño (Santander) compró la fábrica de harinas para convertirla en la primera fábrica española de seda artificial. En 1928, la desmantelaron y uniéndose dicha fábrica con una empresa alemana y la casa Cros de Barcelona, se  trasladaron a al Polígono de La Milanera de Burgos donde con el tiempo pasaría a denominarse Sedera Española S.A.
Diez años más tarde, 1938, el edificio será empleado como penal  y se oficializo la función de Prisión Central por orden ministerial publicada en el BOE del 15 de noviembre de 1938, aunque funcionaba como cárcel desde tiempo antes, puesto que para esa fecha ya habían fallecido tres presos según el registro Civil. Un batallón de presos trabajadores el que acondiciono la antigua fábrica de sedas como penal.
Después de 1943 funcionó varios años como granja de animales. Hoy en día está abandonado. Los años han convertido al penal de Valdenoceda en un edificio ruinoso del que se conservan las salas comunes que servían de habitaciones y la escalera metálica que los mismos presos construyeron cuando la nieve y la lluvia se fue comiendo la que había de madera.
LAS INSTALACIONES CARCELARIAS
La improvisación y la nula voluntad política se reflejó  en la falta de instalaciones adecuadas que aseguraran unas mínimas condiciones de higiene y salubridad, en el hacinamiento, hambre, frio, suciedad y enfermedades de los presos, que a su vez que estuvieron presas en estos lugares provoco una alta mortalidad.
Los dormitorios se instalaron en los pisos superiores del penal. Allí dormían los presos y las chinches e insectos que, ante la falta de higiene, se convirtieron en compañeros de quienes cumplían pena. En las columnas de madera todavía pueden verse las marcas de las puntas que los presos colocaron para colgar sus ropas, sus petates. Asimismo, existía una zona dedicada a la enfermería y un comedor, así como una posible zona de baños o aseos, en los que de vez en cuando dejarían ir a los presos.
Parte de ese sistema, era el régimen de las celdas de castigo, situadas bajo el edificio. La zona más temida por los reclusos, y en la que muchos de ellos perdieron la vida. Ante las crecidas del Ebro, provocaba que los presos que allí se encontraban aislados pasasen horas con el agua al cuello.
Como en otros campos existió la gran presión ideológica del fascismo, a los presos que no se negaban a acudir a las enseñanzas del nacional-catolicismo y acudían a misa o se confesaban consiguieron permisos o conmutas de la pena. Al contrario contaba con un largo sótano para alojamiento de aquellos que eran catalogados como “indeseables”.
En este penal como en otros también hubo sacas,  eran llamados, subidos a un camión y nunca más se supo terminando en alguna cuneta o arrojado a alguna cueva, muy abundantes por allí, o al mismo río Ebro.
LOS PRESOS  y LA VIDA EN EL CAMPO
Algunos  presos fueron conducidos en de vagones de ganado, precintados a la salida, con sólo la escasa comida facilitada por familiares, soportando frecuentes paradas en vías muertas, sed, hambre, mareos, vómitos y defecaciones.  Hasta  Burgos donde camiones entoldados que les situaron en el Penal. Y tras 500 kilómetros de viaje, allí empezaba el calvario. Hubo presos llegados desde rincones tan dispares como Castilla-La Mancha, Andalucía, Extremadura,  Lugo, y localidades de Las Merindades. Muchos de ellos eran considerados como peligrosos para el régimen.  Convivieron sin apenas alimento, mantas o un espacio en el que guarecerse de las bajas temperaturas.
La mañana comenzaba con forzosos madrugones a toque de corneta, un cazo de achicoria levemente azucarada y después el lento pasar en el gran patio, soportando lluvia, frío, nieve, con hambre pura y dura. Los húmedos pies embutidos en almadreñas y sentados en los cajoncitos comprados al llegar, donde guardaban plato, cuchara y poco más,  así veían pasar largas horas a la intemperie.
La vida en la cárcel era dura. El invierno era, con diferencia, la peor época del Penal. De comer les ponían un caldo infame, manchado, con una sola alubia que, además, siempre tenía un gorgojo en su interior. También les daban, y ésa era toda la comida, una sardinita de lata y un minúsculo trozo de chocolate. La comida solía constituir el principal tema de conversación. Otras comidas eran una pequeña ración de patatas cocidas, reemplazadas a veces por titos. Eso era todo. El cansancio y el hambre les  iban agotando, y caían enfermos, la llamaban ‘colitis epidémica’ pero  el culpable de esa ‘epidemia’ era el sistema, que los a mal morir.
Las colas y las formaciones eran constantes. Colas para recibir la mísera pitanza, colas para el caso improbable de algún cazo más de comida, formaciones –por lo menos dos diarias- con el consabido “Cara al Sol” y gritos tibiamente contestados de “¡Franco, Franco, Franco, Arriba España!”, formaciones de las que salía algún arrestado, acusado de tremendos “delitos” (sentarse o no cantar) que terminaba dando con sus huesos en las celdas de castigo.
A los tormentos del hambre, el frío, las enfermedades engendradas por la desnutrición y el conocimiento de los fallecimientos que diariamente se producían, además de un incierto porvenir, se unían las interminables noches sin dormir, asaeteados por miles de chinches que bajaban de las viejas paredes de la antigua fábrica o se descolgaban desde los techos. Además, las legiones de ratas, algunas enormes, que circulaban con nocturnidad y descaro entre los camastros de los penados, mientras algunos las mataban a zapatazos y que eran transmisoras de enfermedades.
A los prisioneros españoles les estaba permitido comunicarse sólo con sus familias en España. A los americanos no les era permitido enviar cartas o recibirlas del extranjero, ni comunicar con la Embajada en España. Hasta las puertas de la cárcel venían las mujeres de los presos de toda España cargadas de macutos y comidas que entregaban a los guardias a la espera de que éstos se lo diesen a los suyos. Muchas iban con niños pequeños y algunas dormían en las cunetas porque no tenían dinero para pagarse una pensión.
EL OTRO CEMENTERIO DE VALDENOCEDA
En un solar de Valdenoceda se inhumaron, desde 1938 a 1943, alrededor de 154 presos perdieron la vida a consecuencia de la desnutrición, las infecciones o el frío. Trasladados por sus propios compañeros, los reclusos que perdieron la vida fueron enterrados en el cementerio municipal alejados de sus familias que, en muchos casos, nunca supieron qué fue de ellos. Cuando en 1989 la parroquia del pueblo adquirió el solar para ampliar el cementerio, al menos 39 de los 154 reclusos allí inhumados fueron sepultados por nuevos enterramientos. En 2007 arrancaron los trabajos de exhumación, recuperándose los restos de 114 presos…
Actualmente una lápida recuerda las vidas que se perdieron en el penal. Comenzó entonces un trabajo complicado. El de buscar a las familias de los más de 100 cuerpos que durante estos años han ido saliendo a la luz. Una tarea difícil, que en muchos casos no ha dado sus frutos, debido al paso del tiempo y la desorientación de las pistas. La ASOCIACIÓN DE FAMILIARES Y AMIGOS DE PRESOS DE VALDENOCEDA (BURGOS)  ha  exhumado el 80% de los restos humanos de represaliados republicanos muertos en la Prisión de Valdenoceda y enterrados en la fosa común de esta localidad burgalesa. Mediante la difusión de los datos, ya han encontrado a los familiares de 59 de ellos, pero aún faltan 92.
Como no podía ser de otra forma, las tareas de exhumación de los restos de los presos, que están enterrados en el actual Cementerio Parroquial de Valdenoceda han sido realizadas por  un equipo de antropólogos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, dirigido por el Director de Antropología de esta Institución, Jimi Jiménez.
LISTADO DE CIUDADANOS DE LAS MERINDADES QUE SABEMOS QUE MURIERON  EN LA PRISION DE VALDENOCEDA

Video testimonio de cuatro supervivientes de la prisión de Valdenoceda. Hablan Isaac Arenal, Ernesto Sempere, Gabriel Martínez y Severiano Arnáiz.

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